jueves, 18 de noviembre de 2010

Juzgaba con demasiada racionalidad fenómenos que ameritan un vuelco del corazón

De pasada, hace días escuché hablar del término tecnofobia. No le dí importancia, no busqué información extra porque me pareció claro en su literalidad: miedo a la tecnología. Deduje que seguramente era aplicable a ciertos casos de ortodoxia extrema en los que la gente se niegan a la tecnología por pensar que entorpece el contacto sensible entre humanos o, por renegar de la sustitución del trabajo manual por el maquinal. Muy socióloga, muy sabida del mundo moderno, vi a varios conocidos que se frustran ante el avance tecnológico y su imposibilidad de ponerse al corriente en sus aplicaciones y costos. La carrera del capitalismo en su fase tecnológica. Mis breves meditaciones fueron así, y se esfumaron con una risita burlona y un beso a mi mac y al ps3.

Pero hoy, hoy justo dimensiono una posibilidad más:

Son las 2 de la mañana, todo está apagado en la casa -me parece curioso decirlo así: “apagado“-, voy por un vaso de agua a la cocina. Conforme la distancia hacia el garrafón disminuye, lenta sobre mis cautelosos pasos en la oscuridad, escucho música. Juro que no sé decir de qué tipo, la memoria me falla y no logro reproducirla. Cada vez más clara, más audible y más imposible en el contexto, siento pánico pero no dejo de caminar hacia ella; sigo el movimiento. Descubro que lo que suena es un radio viejo que hay sobre la alacena. No se quién lo encendió, pero me relajo; alguien debió hacerlo. Aquí, el gran problema viene cuando aprieto el botón para apagarlo y no funciona inmediatamente. Casi me pongo a llorar, lo desconecté de un tirón y regresé corriendo a mi cama. Sin vaso de agua, cabe mencionar.

Ahora que lo escribo, también hay veces que hablo por teléfono y justo cuando digo alguna frase del futuro, algo que deseo o que quiero hacer, entra un golpe de estática fortísimo. Lo odio, sin darle mucho peso me he convencido que es la muerte escuchando mis conversaciones y poniendo un alto a mi verbalización de los años venideros. Incomoda, me hace colgar más pronto mis llamadas y ser cuidadosa de no contar mis planes. Vaya manía bizarra.

También está ese conocido saber (cinematográfico) de que las grabaciones de vídeo revelan espectros que el ojo humano no percibe... Es obvio, las imagenes de las webcam encendidas en las intimidades del mundo; los registros de los celulares; las cámaras de vigilancia que nunca parpadean; y por tanto, nada visible se escapa. Terrible. Porque cerrar los ojos es un privilegio del hombre.

Así es como “juzgaba con demasiada racionalidad fenómenos que ameritan un vuelco del corazón“. Pero ya no. No se en qué momento me volví tan miedosa por placer. Antes, en cuanto una sombra comenzaba a cobrar una forma espantosa me bloqueaba y hacía que se esfumara, o me escondía bajo las cobijas. Ahora no, me quedo mirando fijo hasta encontrarle ojos chorreantes y una pata de gallo. Y ya me atrevo a verme al espejo con las luces apagadas. Es un morbo descontrolado (porque sí me asusta), del que espero no vaya a caer rendida o loca muy pronto. Por mientras, jóvenes internautas, confieso padecer tecnofobia, pero ya expuse de qué tipo.

P.D. La era de las máquinas, su momento de reinar sobre el hombre, no, eso no me asusta. Creo en la transmigración de las almas a enormes computadores que extenderan nuestras posibilidades y análisis de la realidad.

3 comentarios:

From the Life and Songs of the Olympian Cowboy dijo...

El título es simplemente magnífico. Me hizo pensar en algo que pude escribir yo. No sé en dónde estás. ¿En dónde estás?

Kafka dijo...

Toto modesto, con que magnífico y lo pudiste haber escrito tú ¿eh?

Te mando un abrazote, estoy aquí. En internet :)

Sheba dijo...

No me reconoces porque no nos conocemos. Qué pistas deseas? UAQ, antropología,ahora DF, 27, los gatos, chocolate amargo, cafe fuerte. Me gusta tu blog. Abrazo.