La arena, las estrellas, las hojas de los árboles, el
oleaje, todos son pequeños infinitos.
Incontables. Continuidades numéricas que superan la vida. Aunque,
también en las personas hay pequeños infinitos. Frente al mar -con toda esa
inmensidad y el oleaje incansable- uno se puede preguntar: ¿cuál es el intervalo
entre una ola y otra? ¿no crees que se parece al latido de tu corazón? ¿del
mío?
Más de cien mil latidos por día son nuestro pequeño
infinito, un oleaje con sus propias mareas y tormentas, con su calma y su
tiempo irrefrenable aún más rápido que el viento jugueteando con el mar. Cien
mil latidos por día ¿y no me regalas ni uno? El corazón es una bomba. Un reloj.
Un tambor. Una lámpara. Un acto espontáneo como la percepción del peligro. Es
la luz que hay en tu habitación. Es un cauce de impulsos eléctricos. Es todo,
porque, aquí entre nos: el corazón es un conjunto de pequeños infinitos.
1 comentario:
me recuerda al silencio antes del quiebre de una ola,
o el terror de estar suspendide en el espacio.
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