domingo, 22 de abril de 2012

Justificación

El anime es una narración única, con sus propios códigos estéticos y ficcionales. Su diferencia le hace valioso para los intercambios culturales y para su estudio.

Desde esta concepción del animismo estético (el percibir el alma de las cosas, escuchar sus voces, observar sus movimientos) tratamos con una concepción que no sólo es poética, sino que además está arraigada en una forma diferente de entender el mundo. Como ya sentenció Adorno al respecto: “el animismo había animado las cosas, el industrialismo cosifica las almas”. Así, podemos observar claramente que dos formas de ver el mundo se juegan su derecho a la existencia; aunque hay una manera que pretende ser la única y verdadera.


Sin embargo, en las culturas ancestrales el animismo no era sólo una conceptualización de sus incertidumbres, ni la simbolización de sus angustias. Al escuchar las voces de la naturaleza, se establecen complejas interrelaciones entre el mundo material y el espiritual, entre el mundo humano y el animal. Esto es materia para una filosofía nueva que se contraponga a la objetivación de las cosas; que cuestiona la ontología del mundo y de lo cognoscible.

Paradigmas epistemológicos de la animación japonesa: el animismo, lo animado y la acción de animar

Este trabajo, fundamentalmente, pretende analizar algunos aspectos teóricos acerca del anime -de la animación japonesa en y por sí misma, pero, también, de las diferentes maneras en las que se le estudia-. Es decir, en primer lugar, sostendré una teoría estética (propia) sobre la animación:

La posibilidad máxima a la que puede aspirar el arte de la animación, radica en su propio nombre. Es decir, en ser capaz de animar, de dar vida a los objetos, las formas, las ideas y las cosas que en su representación “realista” sería imposible.

Y, en segundo lugar (dando continuidad a la idea ya manifestada de un paralelismo entre la animación como un lenguaje visual que requiere de la acción de animar y, por tanto, de llevar a cabo una práctica animista como parte de su esencia funcional), enunciaré la “otra cara de la moneda” de las investigaciones sobre el anime, una contraparte dialéctica que no ha sido tomada en cuenta y que, a mi parecer, es la esencia de la animación. Desarrollaré este punto con más claridad a continuación:

Por regla general, las investigaciones que tienen por objeto de estudio principal al anime, de antemano, establecen la perspectiva desde la que van a abordarlo. Por ejemplo, uno de los sesgos más habituales es ver el anime como “un fenómeno de la cultura popular o de masas”. En América, incluso se agrega el prefijo “sub” a la palabra cultura. De igual manera, se habla de “japanese cartoons”, es decir, se trata al anime en su comparación con los dibujos animados, específicamente con los de Disney (lo cual, a mi parecer, no hace más que denotar la complejidad del anime pero, también lo subyuga a una discusión que parte de la esfera de lo infantil). Este tipo de aproximaciones terminan por conceptualizar al anime como un fenómeno social y, con exponer algunas de las características acerca de la recepción en el público, dan por visto lo que, supuestamente, es la parte interesante para las investigaciones académicas sobre el tema. El anime no es anime, es un fenómeno social.

Otra marcada tendencia es la que llevan a cabo quienes hacen una distinción convencional entre el cine y la animación, o sea, entre “la acción viva” (llevada a cabo por seres de carne y hueso) y aquella “ficción de personajes creados por la imaginación humana”. Este binomio conceptual suele ver al anime como algo inferior a las actuaciones humanas, subestimando su condición multifacética de formas y géneros, de estilos y audiencias, etc.

Un tanto más frecuente es dar al anime el tratamiento que se le da a una industria: estudiar sus ganancias y pérdidas como objeto comercial en el mercado global. Y, además, dar su definición por sentada, como algo que es claro para el lector, por lo que basta con hacer un listado de juicios de valor y adjetivos: el anime “is the hot new thing, is not for kids, twisted, bizarre, uniquely, imaginative...”.

En estos ejemplos, hay un patrón en común. La animación es vista como un objeto, un sustantivo que está a merced del estudioso. Entonces, si la animación es vista como un sujeto, se vuelve partícipe de la coacción de la sociedad. Pero, si la animación es vista como una acción, como un verbo que se realiza, es el estudioso quien debe de formar parte de ella para constituirla como tal.

Puntualmente, “la otra cara de la moneda” de la que hablaba anteriormente, hace alusión a llevar a cabo estudios sobre animación pero concibiéndole como un verbo, no como un sustantivo (que es lo que se hace en toda la bibliografía consultada hasta el momento). Éste cambio de enfoque es el eslabón para vincular el lenguaje visual de la animación con un sentido animista (la acción de animar), lo cual, resulta en la característica estética mejor desarrollada y particular de la animación “bien lograda”, “consumada”.

Habiendo entrado ya en materia animista, será necesario revelar un enfoque novedoso sobre el término animismo. Lo cual, en principio, implica una conceptualización crítica del término, que permita cuestionar los diversos enfoques que se le han atribuido desde sus primeras enunciaciones teóricas dentro de la antropología -en particular, la idea de que el animismo se manifiesta sólo en sociedades primitivas y, por tanto, queda fuera de las  sociedades modernas-. Más allá aún, se estudiará al animismo no sólo como las relaciones que el pensamiento establece entre la materia y el espíritu, sino que serán consideradas diversas formas del lenguaje visual (animación) como representaciones ontológicas abstractas que señalan prácticas animistas en el arte y la comunicación contemporánea japonesa.

En esta investigación nos enfocaremos al estudio del anime como un objeto que oscila entre el paralelismo ya referido: es parte de la animación (como producto de las artes visuales) y; como fenómeno narrativo que involucra la recepción y comprensión de un enorme y entusiasta público es inherente a la práctica animista.