sábado, 30 de marzo de 2013

En la orilla donde acaba

La ciudad y la noche son un sueño en el que los ventanales de los edificios reflejan los faros en lugar de las estrellas. Las bocanadas de tabaco son como el fantasma de un cachalote que surca las aguas negras de este cielo citadino. Lo bello brota fácil porque se colora ante la  muerte y las sombras. Me gusta más así, que nada tenga que ver con el pasto y las flores, ni con la supervivencia.

Música, y que el auto no pare de avanzar, manejado por quién sabe quién.

jueves, 28 de marzo de 2013

Transición del beso

M. inclinó su rostro hacia el de K. Lentamente. Desde que pudo percibir la temperatura de sus labios hasta que sintió el roce de su piel, la respiración acompasada y profunda de ambos se entrelazó en tres ocasiones. No hizo más, no podía. Sólo descansó su boca en la boca de él por un largo tiempo. Así fue como M. besó a K. Llena de un profundo placer. Quietecita.

Después K. besó a M.

Lo hizo de tantas formas. Formas nuevas, desconocidas e irrepetibles. Nuevas. Una primera ronda seguida de otra más larga aún, seguida de otra bien ordenada, de otra bien probada en la que cabía una serie más, cada una diferente de la anterior. Como una niña sorprendida por la abundancia que emanaba de sus besos -su lengua, la fuerza, la ausencia de ésta, el ritmo, la inclinación de su rostro, la humedad- abrió los ojos. Los labios también, la sonrisa.

domingo, 24 de marzo de 2013

Empatía al cubo (transferencia electrónica)

Es terrible que la capacidad de manipular efectivamente a las personas requiera de una inteligencia excepcional para hacerlo. Que peligroso. Me siento confundida. Hay personas que son un abismo. Ambiguas, calladas, mentirosas, fáciles de querer, de compadecer, de perdonar. Personas que explotan lo mejor de ti.
¿Entendiste?
Explotan lo mejor de ti.

sábado, 23 de marzo de 2013

Apunte en el diario

El viernes pasado subí a la Sky Tree, en Tokyo; en 2011 era la torre más alta del mundo. Estuve en el piso 350 (se puede subir hasta el 450 pero es más caro). A esa altura es posible ver la curvatura del planeta… Imagínate.
En contraste, ayer visité la Torre Tokyo, símbolo urbano durante mucho tiempo (es donde se reúnen las Sailor Moon ¿te acuerdas?). Fue muy melancólico. Llegué de noche, hacía frío y el cielo parecía albergar una tormenta. Me sentía cansada, las 12 horas previas caminé y caminé por Harajuku… Al emerger del subterráneo, si, lo primero que vi fue la torre. Estaba ahí, si. Pero era tan pequeña. Y desolada en comparación. Su iluminación eran unos cuantos focos rojos con violeta; mientras la SkyTree está bañada en luz blanca y azul galáctico. Apenas pude tomar dos o tres fotos… pretendía tomar una más cuando en la pantalla de la cámara vi como se oscureció la base de la torre. Cada minuto la oscuridad avanzó más y más, la parte media, el mirador, la parte superior y, finalmente, la punta de la estructura.
Quedó el vacío, la noche entera y a la vez no.
El invierno ya casi llega. De Japón siempre te dirán que sus estaciones son muy notorias, muy características. Al llegar aquí vi el momiji (las hojas amarillas y rojas flotando al viento, entregadas al otoño que fenece) y ahora, los árboles están desnudos, como si de troncos muertos se tratase. ¿O es que entraron en coma? Me parece de lo más normal que uno tema que jamás vayan a despertar otra vez. Ha de ser increíble verlos revivir a través de las flores del sakura.
Debajo de una enramada altísima, misteriosa e invernal, pude ver la Torre Tokyo disminuida por la vida de la ciudad y sus recuerdos, las nubes cargadas de nieve flotaban detrás, por encima, por debajo de la piel… y, para no perder la costumbre, quise morir aquí. Ahora. En el bello Japón.

Sobre compartir la cama

Era un calor que te pertenecía, que no me imponías, que me tocaba sin invadirme.

viernes, 15 de marzo de 2013

Bajo perfil

A tu lado me veo obligada a querer más hacia dentro que hacia fuera, lo cual tal vez signifique sólo una cosa: he tenido que aprender a querer por encima de los demás.

miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Hago mal en interpretar esto como halagos de tu parte?

A mí si me gustan las caricias que me haces con tu conversación. Cuando te confesé que no había leído a Juan José Arreola porque tuve un maestro que se llamaba igual, que no me caí muy bien, me dijiste con mucha amabilidad: “esas son las verdaderas razones, las que nos mueven”.
Lo dijiste con un tono tan dulce. Tanto que, a pesar de haberme sentido avergonzada, te creí. Así fue como, en un intento de compensación rápida te respondí: “Arreola me está gustando mucho, tal vez, ahora, hasta comience a pensar con cariño en aquel profesor, su homónimo.”
Y tú no quitaste el dedo del renglón: “Es probable. Entre los grandes cineastas es bien sabido que el orden de la narración es el que da la pauta para el gusto o el disgusto. De haber conocido primero a Arreola, el escritor, tal vez hubieras sentido mayor simpatía por el profesor.
Anda, sígueme platicando: ¿Hago mal en interpretar esto como halagos de tu parte?