sábado, 23 de marzo de 2013

Apunte en el diario

El viernes pasado subí a la Sky Tree, en Tokyo; en 2011 era la torre más alta del mundo. Estuve en el piso 350 (se puede subir hasta el 450 pero es más caro). A esa altura es posible ver la curvatura del planeta… Imagínate.
En contraste, ayer visité la Torre Tokyo, símbolo urbano durante mucho tiempo (es donde se reúnen las Sailor Moon ¿te acuerdas?). Fue muy melancólico. Llegué de noche, hacía frío y el cielo parecía albergar una tormenta. Me sentía cansada, las 12 horas previas caminé y caminé por Harajuku… Al emerger del subterráneo, si, lo primero que vi fue la torre. Estaba ahí, si. Pero era tan pequeña. Y desolada en comparación. Su iluminación eran unos cuantos focos rojos con violeta; mientras la SkyTree está bañada en luz blanca y azul galáctico. Apenas pude tomar dos o tres fotos… pretendía tomar una más cuando en la pantalla de la cámara vi como se oscureció la base de la torre. Cada minuto la oscuridad avanzó más y más, la parte media, el mirador, la parte superior y, finalmente, la punta de la estructura.
Quedó el vacío, la noche entera y a la vez no.
El invierno ya casi llega. De Japón siempre te dirán que sus estaciones son muy notorias, muy características. Al llegar aquí vi el momiji (las hojas amarillas y rojas flotando al viento, entregadas al otoño que fenece) y ahora, los árboles están desnudos, como si de troncos muertos se tratase. ¿O es que entraron en coma? Me parece de lo más normal que uno tema que jamás vayan a despertar otra vez. Ha de ser increíble verlos revivir a través de las flores del sakura.
Debajo de una enramada altísima, misteriosa e invernal, pude ver la Torre Tokyo disminuida por la vida de la ciudad y sus recuerdos, las nubes cargadas de nieve flotaban detrás, por encima, por debajo de la piel… y, para no perder la costumbre, quise morir aquí. Ahora. En el bello Japón.

No hay comentarios: