sábado, 8 de noviembre de 2014

Política interior

Ayer leí que en uno de tantos discursos Kennedy había dicho algo más o menos así: "no se pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregúntense qué pueden hacer ustedes por su país"... Desconozco del todo el contexto de la cita y también desconozco las minucias concernientes a la vida de Kennedy, para acabar pronto. De hecho, la misma frase pasó a segundo plano, sin embargo, lo significativo radica en el pretexto: la cita me puso a pensar en lo hermoso que sería tener a un presidente capaz de levantar el ánimo, capaz de la palabra, del discurso que eleva el espíritu. Pensé en el emperador-padre del confucianismo. Imaginé a un presidente-poeta. En vista de que México carece de educación y de objetivos, si la voz de un visionario pudiera alzarse entre el ruido y los medios, ésta sería la vía más rápida para compartir ideales, para sumarnos a una causa común. En mi cabeza, es el discurso de un líder ilustrado el que nos pone a tono y nos iguala. De cualquier forma esto solo es un sueño. La estructura actual de poder no puede permitir algo así...
Mientras las cosas cambian y a favor de que esto ocurra pronto, lo repito: hago lo que me corresponde. No exagero si digo que todos los días me comprometo a ser mejor ciudadana y a trabajar en servicio de la comunidad, de quienes me rodean. Soy sincera, con el corazón pienso en el otro, en los demás. Todos los días. La Ciudad de México es el escenario perfecto para probar que tengo ideales así que no se me olvida, no lo puedo olvidar. Como todos, unos más, otros menos, soy sensible a la vida política de mi país. Espero que mis compatriotas decidan tomar las mejores acciones al respecto.

martes, 21 de octubre de 2014

Con la coquetería de Paprika

En el andén, antes de subir a la línea 3 del metro de la Ciudad de México, observo la caminata penosa de un anciano que no sólo trae bastón, también carga con una mochila vieja que por la deformación de la tela revela el gran peso de su contenido.
El anciano y yo entramos en el mismo vagón. Como era de esperarse, no hay asientos disponibles.
En el lugar destinado para mujeres embarazadas, ancianos y discapacitados viene sentado un puberto distraído, ligero, sin mochila ni bolsas. El anciano se para justo frente a él, casi casi le pone el bastón entre las piernas a manera de un ruego silencioso: "Por favor, compadécete de mí".
El puberto ni se inmuta. No se da cuenta. O no sospecha nada. Pequeño cretino.
Me puse roja. Me molesté. Qué ganas de darle una lección de buenos modales a ese escuincle. Tal vez él no vio cuánto trabajo le costaba caminar al anciano, ¡pero es un anciano con mochila y bastón!
El viejo no iba a hacer nada. El joven tampoco.
Entonces, en el sucio reflejo de la puerta, la Paprika que hay en mí me guiñó el ojo. Las dos nos acercamos al puberto, una le puso la mano sobre el brazo y la otra se inclinó para mostrarle el escote. Paprika, con una gran sonrisa y voz de japonesa coqueta le habló: "Hola. Por favor, ¿podrías dejarle el asiento al señor?"
El puberto se paró como resorte. El anciano lo agradeció. Yo me sonrojé. Los tres nos fuimos contentos intercambiando sonrisas. Nadie tuvo que gritar.

domingo, 19 de octubre de 2014

El teatro de la ciudad

Llueve. Sobre Francisco Sosa -a dos calles del centro de Coyoacán-, en una esquina de apariencia segura y frente a varias cámaras de vigilancia, un par de hombres sostienen la siguiente conversación.

HOMBRE A: Con una franela entre las manos, de aspecto sucio. ¿No me va a dar nada por la cuidada? (Se refiere a "echarle un ojo" al coche del HOMBRE B.)

HOMBRE B: A la vuelta. (Es decir, cuando regrese de pasear con su familia y pueda corroborar que su coche, efectivamente, se encuentra sano y salvo.)

HOMBRE A: No, de una vez, quién sabe a qué hora vaya a regresar. (En otras palabras, ya es tarde, nada más cojo su dinero y me largo de aquí. Además está lloviendo, no es como que vaya a lavar su coche.)

HOMBRE B: Sumiso. ¿Cuánto está bien?

HOMBRE A: Triunfante. Treinta pesos.

HOMBRE B: Le da el dinero al HOMBRE A. Después corre para alcanzar a su familia, quien no detuvo ni un paso para esperarle.

martes, 13 de mayo de 2014

De vuelta

El otro día fui a comer quesadillas fritas al mercadito de Coyoacán y de regreso me metí al Sanborns por unos Pon Pons. Iba con Mar, andábamos contentas y sin compromisos, al grado de caminar a la velocidad que imaginamos caminan los eternos. Nos quedamos viendo revistas y libros. Luego me entra la curiosidad por ver en qué anda la gente que compra libros en un Sanborns. Con las revistas es diferente, están en su punto de venta. El asunto es que vi un libro titulado "Meditación para adictos. Los locos también pueden alcanzar la iluminación". Es un título raro, ¿no? Además, la portada tenía una de esas representaciones del Buda en las que parece más un demonio. Lo tomé para leer la primer página. Comenzaba con algo así: "Quien abandona el camino de la disciplina es como aquél que tiene un ave en su mano y la deja ir, nunca volverá a atraparla". Es algo impactante. O así me lo parece. Leer textos sapienciales con devoción es algo tremendo. Desde ese día no dejo de recriminarme ser tan vaga. Tan errante. Estos días trato de compensar un poco obligándome a la disciplina y después, como premio, a vagar, sin importarme el orden. Finalmente, creo que es importante soñar, tanto de día como de noche.