sábado, 19 de mayo de 2012

Miguel

Miguel, hace tanto que no me acerco a ti. Finalmente, escapaste de mi vida. No estoy segura de si te lo supe demostrar en ese entonces -cuando éramos más cercanos- porque me recuerdo inmadura, o porque siento que he crecido mucho y me cuesta reconocerme en el pasado, pero hoy, con esta carta, espero poder insinuartelo.
Hoy, estaba pensando demasiado, sola, concentrada, cuando de pronto sentí la necesidad de ver el texto que escribí para tu exposición en el Museo de la Ciudad. Nunca lo volví a leer. Lo escribí, lo vi en tu exposición, y nunca lo volví a leer. Es raro, pero eso hago con todo lo que escribo; pasa demasiado tiempo sin que lo vuelva a leer. Esa frase de que se escribe para olvidar es tan cierta. Pero la gracia de hoy, de este momento, es que se me permitió recordar gracias a esas palabras; esas palabras que en algunos momentos son tan incongruentes que rayan en lo ilógico. Por eso son bellas, porque son capaces de crear algo que fluye a contracorriente de lo que creemos que es el mundo.
Son irreales.
No me vayas a malinterpretar, parece como si te estuviera escribiendo para halagar algo que yo escribí tiempo atrás, cuando originalmente se trata de dirigir mis intenciones hacia ti. Te quiero decir que previamente, tu trabajo fue el que me inspiró. Fue tu creación la que me dejó ver un mundo más allá de la materia que nos rodea. De esta habitación en una torre departamental en la Ciudad de México en el año 2012, desde la cual te escribo y; en su momento, de una muchachilla de 21 años que trabajaba en un bar en la Ciudad de Querétaro.

Te mando mucho amor.


Pareciera que en el territorio de lo auténtico no hay cabida para la cotidianeidad, pero la hay…
A veces suele transformarse en una costumbre estar más lleno de preguntas que de certezas, o que te asalten paradojas que alteran tu pensamiento, y a pesar de estar ahí, latentes al arrebato de tus días, de tu trabajo, de ver una película o al ser amado, no podemos considerar como una costumbre. 
El hecho cotidiano en si, es un proceso cojo, lejos de lo que puede aparentar la sucesión de todo tipo de eventos en nuestras vidas, que cada día se repiten, y que por esta cualidad parecieran consumados; la verdad es que cada puesta de sol fragmenta su existencia: al despertar del sueño, no hay certeza de seguir siendo los mismos de la noche anterior.
No puedes sentir ni puedes comparar objetivamente el pasado, con tu presente y el futuro, a pesar de vivir a diario “lo mismo”. En todo caso, la referencia necesaria para leer tu cotidianeidad no se encuentra dentro de ella, pero si surge a partir de esta, en cada escenario sin anécdota, en cada día sustancialmente igual pero con matices diferentes.
Aparentemente, la repetición consolida los valores, pero por el contrario, los fragmenta; solo destacando esta característica de una vida rota, de un personaje que se para ante escenarios sin anécdota -pero no por eso sin una lectura imaginable- es permisible descubrir que las posibilidades de la costumbre se encuentran en esta obra dentro del proceso creativo, y también dentro del universo artístico que refiere ella misma para representar lo que tu desees. 
Esta obra surge en cierta medida de la obediencia inherente al artista; la vida suele transformase en una masa inconsciente, cuando esto ocurre, un salvaguarda del hombre es apelar a su inconciencia creadora… a la sucesión de las horas como un cauce de descubrimiento personal ilimitado.


María.