martes, 22 de febrero de 2011

Malentendido

1-Hola ¿cómo estás?
2-Bien, aunque me duele la cabeza.
1-Siempre te duele la cabeza.
2-¿En serio?
1-Sí, y nunca preguntas cómo estoy yo.
2-Lo siento. Aunque si todas estas veces que me has preguntado cómo estoy lo has hecho esperando que yo te devuelva la pregunta, entonces me parece pertinente cuestionarte si sabes por qué siempre me duele la cabeza.
1-Eh... no, no sé.
2-Ah, entonces es justo -en respuesta a tu queja- decir que yo siempre estoy esperando tu interés, más no tu educación al saludar. ¿Por qué si ya tantas veces has escuchado de mi dolor de cabeza ni siquiera te da tantita curiosidad saber cómo lo llevo, qué lo provoca? O así de fácil supones que son migrañas de mujer neurótica.
1-...
2-De todas formas perdóname por favor. Me salí por la tangente retórica. La verdad es que yo te quiero, y si no pregunto cómo estás, no quiere decir que no me importes. Es sólo que pensé que el cariño y el interés ya estaban implícitos en el hecho de sostener conversación; de buscarnos uno al otro hasta la encantadora coincidencia de sincronizar el tiempo y el espacio en el Universo.

De alguna forma se es constante

Cotarello me hizo ver que las dos últimas entradas en este blog son una burla. Mientras en una hablo de iniciar con fuerza y buenas miras el año, tres días después, en la otra hablo de suicidio e infiernos personales. No caeré en la simpleza de justificar que la volubilidad es una condición de permanencia en mí, no. Pero me parece divertido, supongo que el placer está en lo inesperado, en la eterna, estúpida y genuina sorpresa a la que someto el total de mi vida: baste un mensaje no recibido para sumergirme en la soledad o que haya jugo de naranja en el desayuno como buen augurio laboral. Pero retomando el tema en cuestión, la constancia -la recuperación del equilibrio- se puede ver fácilmente que está aquí, en escribir. Viene al dar orden narrativo al caos de la experiencia; y lo comprobaré ahora mismo.

En su Introducción a la literatura fantástica, cuando Todorov habla de pan-determinismo dice que en todos los niveles existen relaciones entre todos los elementos del mundo:
Un día, se producen simultáneamente dos acontecimientos... mientras unos lo interpretan como una coincidencia en el tiempo, para otros será una causa. Citaré a continuación los mismos ejemplos (tomados de la obra de Nerval) de los que él se auxilia para clarificar la situación.

Aurelia acaba de morir, y el narrador, que lo ignora, piensa en un anillo que le había dado; como el anillo era demasiado grande, lo había hecho cortar:

“Sólo comprendí mi falta al oir el ruido de la sierra. Me pareció ver correr sangre...“.

¿Azar? ¿Coincidencia? No para el narrador de Aurelia.

El agua crecía en las calles vecinas; bajé corriendo por la calle Saint-Victor y, con la idea de detener lo que creía ser el diluvio universal, arrojé en el lugar más profundo el anillo que había comprado en Saint-Eustache. En el mismo momento la tormenta se calmó y un rayo de sol empezó a brillar.

Nerval es prudente, sólo explicita la coincidencia temporal, más no la causalidad; aunque la sugiere (¿o es el universo quien hace esto? no sé...)

La hora de nuestro nacimiento, el punto de la tierra en donde aparecimos, el primer gesto, el nombre del cuarto, todas esas consagraciones, esos ritos que nos imponen, todo eso establece una serie feliz o fatal de la cual depende todo el porvenir. (...) Con razón se dijo que nada en el universo es indiferente ni impotente; un átomo puede disolverlo todo, un átomo puede salvarlo todo. O bien, en una fórmula lacónica: Todo se corresponde.

Bien, se me achacará el intentar cuadrar mis pasiones desatadas a las explicaciones de un loco y en un contexto literario fantástico, pero para mí es lógico. El mensaje y la soledad, el jugo y el bonito día de trabajo son como el anillo que se arroja y detiene el diluvio. Talvez no sea una lógica universal, sino subjetiva y a merced de la fe (¿o acaso universal en su subjetividad?); aún así, si se comprende el esquema al cual se inscriben los acontecimientos de mi vida -en los que “todo se coresponde“ sutilmente pero sin falla- se aceptará hasta la diferenciación de niveles, las construcciones de las categorías del objeto y del espacio, de la causalidad y del tiempo. Escribir matiza casi con armonía causal mis torpes respuestas llenas de volubilidad. Escribir encaja todo (a mí y al mundo) en una redacción coherente que responde a la burla echa por Cotarello. Escribir me trae de nuevo aquí, a dar forma al pensamiento aunque parezca una broma. Eso sí, una broma redondita en todo aspecto, la entrada número 100 del mundo flotante.