martes, 21 de octubre de 2014

Con la coquetería de Paprika

En el andén, antes de subir a la línea 3 del metro de la Ciudad de México, observo la caminata penosa de un anciano que no sólo trae bastón, también carga con una mochila vieja que por la deformación de la tela revela el gran peso de su contenido.
El anciano y yo entramos en el mismo vagón. Como era de esperarse, no hay asientos disponibles.
En el lugar destinado para mujeres embarazadas, ancianos y discapacitados viene sentado un puberto distraído, ligero, sin mochila ni bolsas. El anciano se para justo frente a él, casi casi le pone el bastón entre las piernas a manera de un ruego silencioso: "Por favor, compadécete de mí".
El puberto ni se inmuta. No se da cuenta. O no sospecha nada. Pequeño cretino.
Me puse roja. Me molesté. Qué ganas de darle una lección de buenos modales a ese escuincle. Tal vez él no vio cuánto trabajo le costaba caminar al anciano, ¡pero es un anciano con mochila y bastón!
El viejo no iba a hacer nada. El joven tampoco.
Entonces, en el sucio reflejo de la puerta, la Paprika que hay en mí me guiñó el ojo. Las dos nos acercamos al puberto, una le puso la mano sobre el brazo y la otra se inclinó para mostrarle el escote. Paprika, con una gran sonrisa y voz de japonesa coqueta le habló: "Hola. Por favor, ¿podrías dejarle el asiento al señor?"
El puberto se paró como resorte. El anciano lo agradeció. Yo me sonrojé. Los tres nos fuimos contentos intercambiando sonrisas. Nadie tuvo que gritar.

domingo, 19 de octubre de 2014

El teatro de la ciudad

Llueve. Sobre Francisco Sosa -a dos calles del centro de Coyoacán-, en una esquina de apariencia segura y frente a varias cámaras de vigilancia, un par de hombres sostienen la siguiente conversación.

HOMBRE A: Con una franela entre las manos, de aspecto sucio. ¿No me va a dar nada por la cuidada? (Se refiere a "echarle un ojo" al coche del HOMBRE B.)

HOMBRE B: A la vuelta. (Es decir, cuando regrese de pasear con su familia y pueda corroborar que su coche, efectivamente, se encuentra sano y salvo.)

HOMBRE A: No, de una vez, quién sabe a qué hora vaya a regresar. (En otras palabras, ya es tarde, nada más cojo su dinero y me largo de aquí. Además está lloviendo, no es como que vaya a lavar su coche.)

HOMBRE B: Sumiso. ¿Cuánto está bien?

HOMBRE A: Triunfante. Treinta pesos.

HOMBRE B: Le da el dinero al HOMBRE A. Después corre para alcanzar a su familia, quien no detuvo ni un paso para esperarle.