jueves, 28 de marzo de 2013

Transición del beso

M. inclinó su rostro hacia el de K. Lentamente. Desde que pudo percibir la temperatura de sus labios hasta que sintió el roce de su piel, la respiración acompasada y profunda de ambos se entrelazó en tres ocasiones. No hizo más, no podía. Sólo descansó su boca en la boca de él por un largo tiempo. Así fue como M. besó a K. Llena de un profundo placer. Quietecita.

Después K. besó a M.

Lo hizo de tantas formas. Formas nuevas, desconocidas e irrepetibles. Nuevas. Una primera ronda seguida de otra más larga aún, seguida de otra bien ordenada, de otra bien probada en la que cabía una serie más, cada una diferente de la anterior. Como una niña sorprendida por la abundancia que emanaba de sus besos -su lengua, la fuerza, la ausencia de ésta, el ritmo, la inclinación de su rostro, la humedad- abrió los ojos. Los labios también, la sonrisa.

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