miércoles, 1 de mayo de 2013

Polvo

Existe un tipo de desorden que dista mucho de asemejarse al desorden producto de la pereza o la suciedad. Éste se puede encontrar en la habitación de ciertas jóvenes féminas. Dichas jóvenes féminas despiertan una mañana nublada y cuando miran el reloj no lo reconocen, les parece un objeto distante al compás de algo que no tiene ningún sentido. Ese día no hacen la cama. Sumidas en la monstruosidad de los hechos matutinos, en la bruma que provoca el vapor del baño; se irán sin recoger el kleenex que lanzaron y no atinó a entrar en el cesto de la basura -además de una considerable cantidad de ropa sobre el sillón-.

Así por meses.

Sin ser religiosas, las cruces y virgencitas que les regalaron en su primera comunión estarán desperdigadas por toda la habitación. Los zapatos, libros, fotos, collares en la alfombra: orden en el desorden. Libros con flores secas, maquillaje hecho trozos. Vasos de agua vieja.

Son las que, llegada la noche, se ponen un camisón suave que les regale algunas caricias anónimas a sus pequeños senos. Leen a Leonora Carrington y se rodean de criaturas despiadadas que solo a ellas sonríen mientras les chorrea sangre de los dientes. Los grillos vibran furiosamente a su alrededor y eso las inquieta.

Por último, pasado un año, una fina capa de polvo va a convertirse en su único sentido de la orientación: identificaran fácilmente las ausencias o movimientos de las cosas porque éstas habrán dejado su sello, su marca de polvito en la superficie que las sostenía.

¿Conoces a alguien así? Es melancólica pero no la desprecies, que el resto, las mujeres ordenadas, son eso precisamente: mujeres ordenadas. Polvo bajo la cama.

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